Relato cooperativo por las alumnas del nivel 2

Vamos terminando el año y mis alumnos y alumnas del nivel 2 de creación de relatos han realizado un ejercicio de creación de un relato de forma cooperativa.

Aprender es algo que los alumnos hacen, y no algo que se les hace a ellos. El aprendizaje no es un encuentro deportivo al que uno puede asistir como espectador. Requiere la participación directa y activa de los estudiantes. Al igual que los alpinistas, los alumnos escalan más fácilmente las cimas del aprendizaje cuando lo hacen formando parte de un equipo cooperativo. 

El aprendizaje cooperativo es el empleo didáctico de grupos reducidos en los que los alumnos trabajan juntos para maximizar su propio aprendizaje y el de los demás. Este método contrasta con el aprendizaje competitivo, en el que cada alumno trabaja en contra de los demás para alcanzar objetivos tales como una calificación de “10” que sólo uno o algunos pueden obtener, y con el aprendizaje individualista, en el que los estudiantes trabajan por su cuenta para lograr metas de aprendizaje desvinculadas de las de los demás alumnos.

Si a ello le sumamos el esfuerzo e implicación, el uso de las tecnologías y el fomento del espíritu de respeto y valoración crítica tanto del trabajo propio como ajeno, nos encontramos con una propuesta sencilla, completa y muy enriquecedora.

Espero lo disfrutéis tanto como lo he hecho yo. Se admiten comentarios.



RELATO COOPERATIVO

Puente sobre aguas turbulentas

(Nuria Ruiz. Tutora. Fragmento del relato, Rita y el agarponi, del libro Mujeres.)

Ahora, las ventanas gimen suspiros por los resquicios, las paredes congelan las sombras del pasado, la cama es un mausoleo frío como invierno en un cementerio y Rita llora, muy bajito en un rincón, sentada en el suelo con el trozo de papel amarillento entre sus dedos.

(Juan Antonio Almanado)

Levanta la cabeza, contempla el techo con la mirada perdida y rememora los momentos felices con ella. Momentos que le provocan un incisivo dolor en el pecho.

Andrea… sabes… que… te amo… por encima de todo”. Rita habla a solas con la voz rota, como si ella pudiera escucharla desde algún lugar. Mientras, la imagina recostada sobre la almohada, con el pelo revuelto, la sonrisa abierta y sus manos suaves acariciándole el rostro. “¡Cuánto te echo de menos!”. Suspira profundo y, con los ojos aún vidriosos, se dispone a releer por enésima vez. Es todo cuanto le queda de ella y le hace sentir más cerca, a pesar de las luces y las sombras que entraña la manoseada carta.


Mi amada Rita:

Quiero que sepas que he sido muy feliz junto a ti, me has ofrecido tanta pasión, tanta felicidad, tantos cuidados que, aunque viviera mil años, jamás podría resarcirte. Sabes que te quiero más que a nada, ni a nadie en el mundo y eso nunca cambiará. Sin embargo, es el momento de decirnos adiós. Ojalá nunca hubiese necesitado escribir estas palabras de despedida, pero la vida no siempre baila al son de nuestros corazones. Me gustaría las atesores con cariño para que nuestro amor quede   por siempre grabado en el recuerdo. Te suplico que cumplas mis últimos deseos: Por favor no estés triste, allí donde me dirijo seguro que me tratarán bien. Rehaz tu vida lo antes posible y se feliz, porque tu felicidad será la mía…


La mente, la garganta y los pulmones de Rita requieren aire para poder continuar, se detiene unos segundos y respira hondo.

“Jamás podré amar a alguien cómo te he amado”. Vuelve a hablarle al viento, convencida de que Andrea la escucha. Le es imposible sujetar esa última lágrima tan amarga como la pena que le atormenta y, al resbalar por sus mejillas, cae sobre las letras desdibujando la palabra amor.

 (Mar Navarro)

Rita no para de darle vueltas a la cabeza, Andrea había sido su único y verdadero amor. Mientras se seca las lágrimas aprieta los puños, recuerda los momentos que pasaron juntas y lo que provocó su ruptura. El teléfono suena de fondo…

 

La situación se volvió fría entre ambas cuando la madre de Andrea cayó enferma y tuvo que volver al pueblo para cuidarla.  Ella sufrió porque no aceptaban su condición sexual, por las críticas y habladurías de la gente del entorno y por no comprenderla. Llevaron al límite a Andrea, que con catorce años, hicieron que su cabeza se desequilibrara. Su tía la entendía y se la llevó a vivir a la ciudad. Fue un pilar importante para ella.

No quería abandonar a su madre, aunque había sido cruel con ella toda su vida. La humillaba ante cualquiera con frases como: “No vales para nada”, “eres un despojo”, “tú eres una mujer y vistes como un hombre”…

A sus cincuenta años ya se sentía libre y sin perjuicios. Pero al reencontrarse con su madre, se desató de nuevo la locura.

(Maribel Sánchez)

Cuando Andrea llegó al pueblo a cuidar a la madre, comprobó que el tiempo permanecía congelado en el reloj del antiguo campanario. Comenzaron de nuevo las miradas despectivas, los desaires y las críticas feroces.

A pesar de ser una mujer madura en apariencia, dentro encerraba  a una niña herida, indefensa, rechazada por su propia familia y por todo el pueblo. Recordó que fueron varios los intentos de suicidio en aquella época.

—Me dijo tu tía Paca que allí vivías con esa mujer —dijo su madre devolviéndola a la realidad.

—¿Otra vez estamos con la misma monserga?

—Es que esa enfermedad tuya la curan en la capital.

—¿Pero de qué enfermedad hablas, mamá? —preguntó airada.

Ya intentaron curarla de esa supuesta dolencia cuando tenía catorce años, primero la llevaron a un psiquiatra que la atiborró de pastillas. Sus inclinaciones sexuales persistían, así que la llevaron a una curandera e intentaron sacarle el demonio del cuerpo. Le realizaron ceremonias extrañas, la obligaron a beber muchos brebajes y aguantó desolada que su familia la considerasen una aberración. Ese trato vejatorio le provocó crisis de ansiedad y la  llevó al primer intento de suicidio.

Se sentía culpable, sucia e impotente y ahora, en su madurez, volvían aquellas sensaciones, retumbaban en su cabeza los antiguos comentarios de su madre: “Eres una marimacho”, “estamos en boca de la gente por tu culpa”, “el mismo Satán se apoderó de ti”…

Comenzó a andar sin rumbo por las callejuelas, su vida era una penosa espiral descendente que no parecía tener fondo. Con Rita se sentía especial, amada y una mujer normal. Aun así le escribió una carta de despedida. La llevó al correo. Se rindió, no tenía fuerzas para continuar su lucha, sin ella su vida no tenía sentido. Seducida de nuevo por la muerte se dirigió con firmeza a los acantilados.

La luz del crepúsculo bañaba el mar. Los golpes sordos y acelerados de su corazón martilleaban sus costillas, el sudor corría por su espalda, empapada por el miedo y la adrenalina. Se sentó y se puso sus auriculares. Comenzó a sonar “Puente sobre aguas turbulentas”, con dolor repetía algunos trozos, con la voz quebrada por la emoción: “Si alguna lágrima entristece tu sonrisa y tus ooojos, si te faaaalta paaaz, cruuuza el pueeente sobre aguas turbulentas y la encooontraaarás… Si te falta aaamor, si el doloooor te ahoga el alma y apenas puedes respiraaaaar, cruza el puente …”

La noche latía como un organismo vivo. Las olas embestían con ritmo las rocas, el olor a salitre penetró por sus fosas nasales, respiró hondo, dio un paso hacia ese puente imaginario y se lanzó. Notó una sensación de ahogo, para segundos después sentirse liberada. Un golpe seco. No hubo dolor, solo oscuridad helada, pero poco a poco comenzó a vislumbrar una luz que cobraba intensidad hasta volverse cegadora. Notó una mano cálida, la cara difusa de un ángel, ruidos muy lejanos…

 

—¡Mi amor, despierta!  ¡Estoy aquí! —dice Rita que había llegado tras recibir la llamada de teléfono.

Andrea reconoce la voz y con torpeza intenta dibujar una sonrisa.

—¡Oiga! ¡Me ha sonreído!

—Lleva unas semanas en coma, seguramente sean movimientos involuntarios —responde la enfermera.

—¡Que no, que me ha mirado! ¡Apriétame la mano, Andrea!

—¡Déjala  tranquila! Poco podemos hacer por ella ya, solo estar a su lado —contesta la madre con un rosario entre las manos.

Andrea obedece, aprieta y pronuncia algo ininteligible. Rita se inclina y pone el oído cerca de su boca. Entonces, Andrea cruza, valiente, ese puente sobre las aguas turbulentas del miedo al rechazo, a las críticas y a su madre.

Y, con total nitidez, dice: ”Te quiero, Rita”, ante la mirada atónita de su madre.

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